En el marco de los preparativos de la cumbre iberoamericana 2012, los primeros días de junio viene a Chile el Rey de España, aficionado a la caza mayor de animales, muchos de ellos correspondientes a especies protegidas.
El último suceso que causó indignación en el seno de una empobrecida plebe española fue la muerte de un elefante africano a manos del rey Borbón, asiduo a las estancias de lujo que ofrecen el servicio de “caza enlatada” de leopardos, jirafas, leones, elefantes, búfalos, etc. Mientras en nuestro país culminaba la campaña “Liberen a Ramba, el último elefante de circo en Chile”, al otro lado del mundo caía un elefante por impacto de bala, por turismo, por 37 mil euros, por adrenalina, por diversión… ¿Quién percutó el arma? El Rey Juan Carlos de España.
Paradojalmente, el monarca es -desde su fundación- Presidente de Honor de la WWF España, organización conservacionista mundialmente reconocida por la imagen de un oso panda, con 50 años de trabajo para evitar la extinción del elefante africano, una especie incluida en el Apéndice I de la Convención CITES, cuya explotación comercial está prohibida, más aún la caza.