Por Soledad
Gutiérrez Rock. Rafael Pinilla Gibson. Psicóloga/o
Clínica/o.
Desde el campo de la
Psicología Clínica, somos varios los terapeutas y psicólogos/as que en base a
nuestra experiencia clínica, concordamos
que la pérdida violenta de una mascota o animal doméstico [1]
por la acción de terceros, constituye un hecho grave y preocupante que no nos
cabe duda daña e impacta tanto emocional, como físicamente
a la población que se ve expuesta a estas situaciones.
La mascota o animal
doméstico muchas veces se convierte en un integrante más de la familia o de la
comunidad que lo acoge; ocupa un lugar importante dentro de esos núcleos y
dinámicas de vida, el animal suple ciertas necesidades de afecto de las
personas, acompaña y da sentido a la vida de quienes los protegen, alimentan y
cuidan.
Por esta razón, la
eliminación o matanza de estos animales (normalmente perros y/o gatos) en manos
de terceros y por actos tan crueles como lo son los envenenamientos,
ahorcamientos, escopetazos, u otros, se constituyen en eventos traumáticos, ya
que son repentinos, no deseados y violentos, toda vez que atentan contra la
integridad de un “ser” querido y
vulneran los derechos de las personas en su decisión de “tener” y/o “acoger” o
cuidar a un animal.
Nos parece grave porque,
además, ese “tercero” al no tener un rostro visible, al ser “anónimo”, se convierte en una amenaza
permanente, exacerbando el “miedo”
fundado en ese anonimato.
En este contexto, los niños
y niñas se ven doblemente afectados, porque además de tener que vivir el duelo
por la pérdida de ese “otro”
significativo, les toca muchas veces ver todo el proceso doloroso que implica
dicha muerte (presenciar la agonía); lo
que se traduce en vivir en carne propia el dolor físico de ese animal que agoniza,
y que además, no tiene una explicación razonable para el desarrollo cognitivo
de un niño o niña.
Por tanto, desde nuestra
experiencia laboral, es posible afirmar que eventos como los descritos,
efectivamente pueden causar un daño psicológico permanente de no ser tratado
adecuadamente por profesionales [2].
En casos extremos, y de acuerdo a las características personales de cada
individuo, el daño puede llegar a ser irreparable.
Hablamos también de un
efecto psicosocial dado el temor e inseguridad que estos hechos infunden en la
población, no sólo en personas o familias individualmente consideradas.
En uno y otro caso se afecta
negativamente las relaciones interpersonales de una comunidad, alterando su
cotidiano vivir.
Se emite el presente informe
a petición de la Sra. Florencia Trujillo Aburto.
Soledad
Gutiérrez Rock
Rafael Pinilla Gibson
Psicóloga
Clínica / Terapeuta Psicólogo Clínico
Registro
Minsal N° 120050
Registro Minsal N° 120072
Registro Mineduc N° 63873
[1]
Para este análisis, entiéndase
también como animal de compañía a aquel que no teniendo dueño conocido, vive en
las calles acogido, en sus cuidados y
alimentación, por personas de una comunidad.
[2]
Daño que ha de variar en cada
persona conforme a circunstancias específicas del hecho y a la naturaleza más o
menos gravitante de la relación con el animal que ha padecido la muerte
violenta en manos de terceros.